Romeo en realidad juega
todo el rato; es su forma de estar en el mundo. Tengo esto tan presente, que
hasta ahora no se me había ocurrido escribir sobre el juego de Romeo. En los
inicios era mirar todo aquello que diera vueltas: ventiladores, lavadoras, molinillos
de papel; más tarde las vueltas a las cosas las daba él: tapones, botones,
peonzas; coger palitos y cosas alargadas; escuchar música y bailar; buscar
números; buscar formas geométricas; subir y bajar cuestas; ver cuentos; hacer
puzles; buscar letras y ahora de nuevo está en la fase peonza. Las guarda en
una caja de cartón preciosa que le hizo la abuela. Cada una tiene su nombre: la
de Noruega, la de Rusia, la de papá, la de la yaya, la de “Cábiz”, Granada,
la de la tía María, Suiza, la de la tía Lali, la de Alba, del Ayoyo… según su procedencia. Momo le
llama Pirindolo. Su tía Amaya, Pirindoleador. Una amiga que entiende de numerología
me dijo que por la fecha de su cumpleaños tendría mucha destreza con las manos.
Esta fase peonza la combina también con la de Amélie.
No hay día que no quiera poner el cd de música de Amélie, como yo hice cada día de mi embarazo. Le encanta ver los
números de las canciones en la pantallita del radiocasete, bailar, y tararearlas: esta es rápida, esta lenta, esta en inglés… Me gusta pensar que
todo tiene que ver, que todo está relacionado. Al fin y al cabo, el mundo y la
vida son como un gran puzle.
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