Queda registrado,
cuatro horas de siesta, el 27 de Noviembre del 2012. Algo fuera de lo habitual
en los ritmos de Romeo. Además se despertó riendo, cosa que tampoco es muy
habitual últimamente. Ayer me enteré que los niños casi nunca quieren dormir la
siesta. Mientras me contaban esto yo pensaba en mis siestas de guardería, sobre
la colchoneta verde, tapada con una manta, oyendo llover… Una delicia. Antes había estado sobre el
sillón relax, tapada con una manta, oyendo llover… con Romeo dormido sobre mí.
Una delicia. De bebé Romeo no dormía demasiado por el día; al menos no lo que
nosotros necesitábamos que durmiera para hacer nuestras cosas, descansar…
Después empezamos a ver en él la verdadera necesidad de siesta; no para
nosotros tener tiempo, sino para que él estuviera bien después, que si no
estaba irascible y perreoso. Así es que paralizábamos todo alrededor y poníamos
los medios para invocar al sueño: la teta, después fueron las nanas, mecer el
carrito, oscuridad… Y ahora la siesta se la encajamos casi sin que se dé
cuenta, pues si la invocamos la rechaza y no quiere. Por el contrario, si le
pilla desprevenido, de paseo en el carrito, cae muerto de sueño al instante. Lo
peor de estas siestas metidas con calzador son los despertares llorando, aunque
cuando se sitúa en el tiempo y en el espacio se le pasa. Y es que como ya dije
en otra entrada: las siestas de Romeo son una incógnita, que parece que no se
quiere perder ni un cachito de mundo ni de tiempo ya con lo pequeñito que es.
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