En primavera le dieron
el alta. Hemos estado desde el 28 de noviembre enganchados a la historia de un
ojo. Ese día se dio un golpe con el picaporte de una puerta. Cuando lo ví
apenas tenía nada y no le dimos importancia. Pero esa misma madrugada se
levantó de la cama con el ojo cerrado completamente como una pelota de pin-pon.
Al verle, después de trabajar, de madrugada, en brazos de su padre de esa guisa, casi me da algo. Enseguida le pusimos hielo, aunque apenas se dejaba, y viendo que
por la mañana nada había mejorado le llevamos a urgencias. A partir de ahí se
sucedieron varios acontecimientos que ahora ya los tengo desenfocados en
la memoria, pero era algo así como: antibióticos vía oral, celulitis ocular,
oftalmólogo, especialista de infecciosos, antibiótico por vena, cara deformada,
el otro ojo hinchado, urgencias de nuevo, una semana ingresado, revisiones y
más revisiones, para finalmente quedar convertido en un ojo-termómetro. Es decir,
que cuando hace frío o calor se le pone rojo, cuando llora o se enfada también…
Yo que visualizaba estando embarazada un hijo con unos ojos perfectos, como los
de su padre, he presenciado en primera
fila una película sobre un ojo con payasos, pelotas volando por la habitación y
bocadillos de queso “porque las enfermeras se han equivocado”, incluidos. Menos
mal que para Romeo todo ha quedado en una semana maravillosa con sus papás en
un hospital mágico.
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