Hace tiempo escribí esto:
Hoy escribo que Romeo hizo caca
ayer en el parque. La historia no ha cambiado demasiado, pues todavía cuando
tiene ganas de hacer caca no quiere hacerla y está irascible, pide “a subir con
mamá”, se tumba en el suelo, no quiere andar, se sienta donde sea… Pero ya no
son los nueve días que eran, sino como mucho tres, y para nosotros es un gran
alivio.
Ayer cuando le vi venir hacia mí
con los hombros hacia atrás, las piernas rígidas y la cara tensa, supe
enseguida que se estaba haciendo caca. Se sentó sobre mí, le pregunté si
necesitaba ir al baño y me dijo que no. A los dos minutos de haberse ido a
jugar me llamó gritando “¡caca!”. Mi amiga Raquel me preguntó si tenía todo. Yo
pensé “¿todo qué?” y a continuación le dije “no tengo nada”. Me dio una bolsa de plástico con dos toallitas y otra aparte. Sin baños a la vista le dije
a Romeo que íbamos a buscar un sitio para hacer caca en el parque. Él señaló un
trocito de tierra entre unos matorrales muy cerca de donde estábamos. Me
sorprendió. En un pasado cercano me hubiera dicho que no, que ya no tenía ganas,
si no hubiésemos encontrado un wáter. Luego operé con la caca y al parecer lo
hice mal: que la bolsa aparte debía servir de guante y recipiente a la vez, como hacen los dueños de los perros. Yo usé una bolsa para
cada cosa.
Me gustaría saber qué pasa por la cabeza de
Romeo cuando se niega a hacer caca, pero no lo sé y no sé si lo sabré algún
día. Por si acaso, cuando sea mayor se lo preguntaré, igual que le pregunto de
vez en cuando si se acuerda de cuando estaba en la tripa de mamá y me entero de
que comía helados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario