miércoles, 16 de septiembre de 2015

Romeo no quiere hacer caca



Hace tiempo escribí esto:
Hoy escribo que Romeo hizo caca ayer en el parque. La historia no ha cambiado demasiado, pues todavía cuando tiene ganas de hacer caca no quiere hacerla y está irascible, pide “a subir con mamá”, se tumba en el suelo, no quiere andar, se sienta donde sea… Pero ya no son los nueve días que eran, sino como mucho tres, y para nosotros es un gran alivio.
Ayer cuando le vi venir hacia mí con los hombros hacia atrás, las piernas rígidas y la cara tensa, supe enseguida que se estaba haciendo caca. Se sentó sobre mí, le pregunté si necesitaba ir al baño y me dijo que no. A los dos minutos de haberse ido a jugar me llamó gritando “¡caca!”. Mi amiga Raquel me preguntó si tenía todo. Yo pensé “¿todo qué?” y a continuación le dije “no tengo nada”. Me dio una bolsa de plástico con dos toallitas y otra aparte. Sin baños a la vista le dije a Romeo que íbamos a buscar un sitio para hacer caca en el parque. Él señaló un trocito de tierra entre unos matorrales muy cerca de donde estábamos. Me sorprendió. En un pasado cercano me hubiera dicho que no, que ya no tenía ganas, si no hubiésemos encontrado un wáter. Luego operé con la caca y al parecer lo hice mal: que la bolsa aparte debía servir de guante y recipiente a la vez, como hacen los dueños de los perros. Yo usé una bolsa para cada cosa.
 Me gustaría saber qué pasa por la cabeza de Romeo cuando se niega a hacer caca, pero no lo sé y no sé si lo sabré algún día. Por si acaso, cuando sea mayor se lo preguntaré, igual que le pregunto de vez en cuando si se acuerda de cuando estaba en la tripa de mamá y me entero de que comía helados.



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