Hay dos cosas que siempre he
querido cuando tuviera un hijo: una mochilita para llevarle pegadito a mí y una
silla para llevarle en mi bici. Lo demás me daba igual, pero eso lo
quería tener. En su primer cumpleaños los abuelos le regalaron la silla para la
bici y yo me puse la mar de contenta. Fue el 19-7-12 cuando le llevé en mi bicicleta por primera vez, tras esperar el tiempo que me habían recomendado. Recuerdo que
al principio se quejó. No quería que le pusiera el casco. No aguantaba mucho tiempo sentado detrás sin protestar. Fue un Día de la Bicicleta cuando dejó de estar incómodo en ella. Poco a poco fuimos haciendo paseos más
largos, hasta que le empezó a gustar. Vamos a la escuelita en ella, hacemos
excursiones con amigos, salidas en familia, al mercado y hasta el anillo ciclista
(parte de él) hemos hecho para comenzar el año 2015. Un día decidió ponerle
nombre: Dera la llamó y así se lo escribimos en un costado. Ahora
hasta ha cobrado vida y todas las mañanas la pregunta si nos quiere llevar a
“Momo” y que qué tal ha dormido. También se ha inventado maneras de ir en Dera:
vayuyú, que es ir deprisa; vayuyá, que es ir haciendo eses. Otra de
las cosas que le gusta hacer es poner sus manitas o alguna cosa sobre mi sillín
y que yo adivine qué es mientras pedaleo. Y otra cosa que le encanta y a mí no
me gusta nada o casi nada, es descubrir “tesoros” en la calle y que yo me pare
a cogerlos. Así tenemos la cesta de Dera llena de: palitos, pinzas, papeles de
propaganda, plastiquitos de todos los tamaños y colores… Una vez se me cayó la
bici estando él subido y el óptico de la tienda de enfrente me ayudó a
enderezarla. Desde entonces es nuestro amigo. Alguna vez se ha quedado dormido
en Dera cuando volvíamos a casa tarde de alguna salida. Además ahora Dera nos
sirve a modo de carro cuando tenemos que ir a algún sitio andando. Dera es
verdadera.
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