El viernes (16-10-2015)
teníamos sesión de cine en casa de un amigo de Romeo. En realidad el invitado
era él, pero como me encantaba el plan, me auto invité. El caso es que
desde el principio noté que Romeo no quería compartir ese tiempo y espacio
conmigo, pues apenas entré en la casa, ya me estaba preguntando que cuándo me
iba. A mitad de la película se pusieron a jugar a que hacían cosas que a las
mamás no nos gustaban. Cuando nos teníamos que ir, Romeo acompañado de su amigo
Mateo, me dijo que se quería quedar a dormir allí. Al principio no me
sorprendió, pues muchas veces lo dice cuando nos vamos de los sitios: que le
gustaría quedarse allí toda la vida y dormir y todo, etc, pero luego se
descubre que no es así en realidad. Hace poco había dormido por primera vez en la habitación de su primo, lejos de nosotros. Esta vez estaba tan convencido de su
idea como aquella vez: se quería quedar a dormir. Las dos mamás nos miramos sorprendidas y
acordamos aceptar. Allí se quedó sin haber visto a su padre prácticamente en
todo el día y sin el abrazo y beso apretado, apretado, que me da en cada
despedida, tan contento estaba con su amigo. Yo, nerviosa perdida, cogí la bici y
me fui a casa. No fui capaz de disfrutar lo poquito que quedaba del día y la
noche pensando en mi hijo, si todo iría bien... Supe que se había despertado
una vez, como hace siempre, para tocar la cara de la mamá de la casa, y vuelta
a dormirse. Al día siguiente Romeo le decía a Mateo: cuando desayunemos habrá cosas dulces que trae papá del trabajo.
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