Tengo apuntado que fue el 9 de
Marzo, pero no sé el año. Volviendo atrás en el tiempo, recuerdo un día en casa que no me encontraba. Creo que fue ese día cuando se perdió por
primera vez. Le vi aparecer con cara de susto diciendo con la expresión que no
me encontraba. Ayer ocurrió algo similar, pero en un espacio más amplio. Se
perdió por las escaleras de nuestro edificio. Las mamás bajamos por el ascensor
y propusimos a los niños que bajaran andando por las escaleras. Confiamos en
ellos. No sé de quién de los tres partió la idea de cambiar el rumbo en un
determinado momento y en vez de bajar, empezaron a subir. Luego me explicó
Romeo que fue porque no nos encontraban. El bajo estaba demasiado bajo para
ellos y probaron otra ruta para localizarnos. Así debió de ser. El caso es que
acabaron metidos en el ascensor y cuando la puerta se abrió tenían cara de
terror, aunque los más mayores se decían uno al otro: yo no me he asustado, ¿y tú?
Perder de vista a mi hijo hace que recuerde lo que tantas veces me han contado
mis padres: que yo me perdí en Venecia. Creo que el hilo que nos une es más
largo que el de otras mamás, a quienes observo angustiadas cuando su hijo se
aleja un poco, pero la idea de perderle me aterra. Como la andaluza que
perdió a su hijo de dos años en la feria. La imagen de su cara horrorizada
buscando de acá para allá se me ha quedado en la frente y no logro sacármela. A
ver si escribiendo esto se me va…
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