-¿Cuál es tu mayor fuente de
ingresos?- pregunta Mateo.
-El suelo- contesta Romeo.
En mi lista de preguntas de madre
no estaba el tema del dinero. Hasta que poco a poco he visto crecer ese
interés en mi hijo y me llegó la duda: cómo tratarlo con él. Gracias, D-iego y D-avid, que me ayudasteis a despejar la D-uda del D-inero.
Cuando nació Romeo todo el mundo nos
regaló cosas y dinero. Fue entonces cuando volví a constatar que el mundo era
enorme. Como no dábamos abasto con tantos regalos, decidimos abrirle una cuenta
en el banco donde depositar el dinero que le regalaban. Guardamos los presentes que no veíamos adecuados en ese momento y otros los reciclamos. Así es que
Romeo tiene dinero desde que nació. En
sus cumpleaños también le han dado dinero que igualmente hemos metido en su cartilla, salvo el importe
de unas pinturas que compramos en Oxford. Debió de ser en el parque de “Momo” donde por primera vez Romeo se
encontró una moneda. Al ver la cara de alegría de aquellos con los que compartió su descubrimiento (yo entre ellos), pensaría que
era algo importante y a partir de ahí no paró de encontrarse
dinero. Pronto aprendió que son las monedas de un euro o dos las
de más valor y velaba por descubrir una de esas. Con los amigos empezaron a
regalarse monedas. Para entonces él ya tenía su propia hucha y enseguida supo
que podía gastarse ese dinero en lo que papá y mamá no le compraban, que papá
y mamá “no me compran nunca nada”: cromos, bolas sorpresa, golosinas… De su
amigo Mateo aprendió el oficio de chatarrero y el 8-3-16 fuimos a vender chatarra. Íbamos en mi bici que parecíamos una obra de Chillida. Cuando llegamos
dijo que le daba vergüenza y que hablara yo. Cincuenta céntimos nos dieron por
un montón de hierro salido de todos los sitos habidos y por haber. Carita de
desilusión. No volvemos. Así es que ha vuelto al suelo, a la madre tierra, su
mayor fuente de ingresos.
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